Por
Elizabeth Gómez Etayo

¿Qué pensará un ama de casa cuando prende su televisor y ve a los políticos de siempre hablando sobre el proceso de paz? ¿Qué pensará cuando ve a dirigentes
de las Farc, sin uniforme, y a Humberto de la Calle Lombana hablando por micrófono desde la mesa de La Habana? Escuché a una señora decir frente a
estas imágenes: “vea, ahí están gastándose la plata y eso no va para ninguna parte”. Y yo atiné a decirle: “Señora, esas conversaciones son importantes y necesarias” ¿Usted cree? Me preguntó incrédula. “Claro que sí”. Le respondí. Este breve episodio me dejó pensando en que es necesario e importante, como siempre lo ha sido y seguirá haciendo, hacer enormes esfuerzos de educación, formación y comunicación en cultura ciudadana y cultura política, para que cualquier persona en Colombia, no sólo los políticos, puedan comprender la importancia que tiene un proceso de Paz para el país y sobre todo sepan que tienen responsabilidades en un escenario de posconflicto.

¿Posconflicto? ¿Qué es eso? Preguntó la señora y para hacerlo más fácil y tratar de responderle, le pregunté: ¿Usted estaría dispuesta a que sus hijos vayan a la
misma escuela donde van los hijos de antiguos guerrilleros? ¿Usted se imagina siendo amiga de una señora que por distintas razones estuvo en la guerrilla y
ahora va a la misma tienda donde usted hace mercado? El posconflicto, mi querida señora, es que cuando esta guerra de casi cincuenta años se acabe, o por
lo menos se firme un pacto entre Gobierno y Farc para no continuar luchando con las armas, esto que llamamos sociedad, nación, pueblo, tiene que reconciliarse
también. Aceptar las diferencias y reconocer que los bienes públicos son para el disfrute de todos. El escenario de posconflicto no es un contexto sólo para el
Gobierno y los políticos, sino un espacio donde la gente se encuentra en el día a día, en la calle, en la escuela, en la tienda, en el parque; es un nuevo momento de convivencia que le espera a nuestro país y ahí, participamos todos.

Ya varios expertos han dicho que en La Habana lo que se está negociando no es exactamente la Paz para Colombia, sino firmando un pacto para que a partir de
ahí pueda empezar a construirse la paz tan anhelada en este país. Es decir, la paz no se gana en el momento en que se firme un pacto, sino que apenas comienza
su construcción, pero ese paso es grande y fundamental; no depende solamente de que se callen las armas, aunque contribuye enormemente, sino de que quien haya estado excluido del bien público, empiece a gozar de él. La paz, pues, es inclusión social y política, y para ello, necesitamos transformación cultural.

La paz es un proceso de largo aliento en el que todo el pueblo colombiano debe participar y depende de una transformación cultural fundamental donde amas de
casa, niñas y niños, jóvenes, estudiantes, trabajadores, mujeres, tenderos, vendedores informales, profesionales, desempleados, campesinos, indígenas,
afrodescendientes, artistas, funcionarios públicos y todos los que nos cite también, se dispongan a convivir con la diferencia.

Al respecto, en días pasados estuvieron en la Universidad Autónoma de Occidente, el Arzobispo de Cali, Monseñor Jesús Darío Monsalve, el Abogado
Luis Alfredo Tombe, representante del Resguardo de Jambaló y el Alcalde de Villarica, James Guillermo Mina, en un foro sobre la participación de la sociedad
civil en el proceso de paz. Todos, desde sus distintas experiencias de vida, sociales, religiosas, culturales y políticas, indicaron que cuando la gente tenga
condiciones de vida digna, es decir, tome agua potable, los niños y niñas vayan a la escuela, tengan sanitarios en sus casas, no se mueran por enfermedades
prevenibles, los hombres resuelvan sus problemas sin agredirse, las mujeres sean respetadas siempre y en todo lugar, el Estado no le transfiera a la gente
responsabilidades que no le corresponde (como la red de informantes del pasado gobierno nacional), cuando la gente tenga la certeza de los bienes públicos son
bien manejados, ahí empieza el cambio cultural, ahí empieza la paz.

Es claro que aún no estamos en ese momento. El ama de casa y el ciudadano de a pie – como se dice coloquialmente- disciplinados por medios de comunicación
que no promueven la convivencia, y que por el contrario a través de seriados y telenovelas estimulan la polarización nacional, han tomado partido, sin siquiera
saber, por ciertos modelos hegemónicos antidemocráticos, de forma que no saben cuál sería su participación en un escenario de posconflicto. La paz, pues,
finalmente le dije a la señora, es que los campesinos tengan tierra para vivir y trabajar, para que no se tengan que venir a las ciudades, que los indígenas y afros sean respetados, valorados y reconocidos en sus territorios, que las universidades públicas y privadas tiendan más puentes con la región y la impacten de manera positiva, que se creen nuevas empresas, que se desarrollen industrias con sentido social y ambiental. Pero, para que todo eso sea posible, hay que dar un primer paso: que esos señores de la Habana se pongan de acuerdo, esa no es plata mal gastada, quizás sea la mejor inversión que debimos haber hecho hace muchos
años, pero no es sólo el final de un proceso, sino, sobretodo, el comienzo de otro. Por eso, hay que apostarle a la paz, a los diálogos, a las negociaciones, como ya lo dijera Marco Palacios, historiador colombiano, también invitado hace algunos días en la Universidad Autónoma de Occidente y aunque los escenarios de
posconflicto nunca fueron fáciles, necesitamos, como nación colombiana, empezar a construirlo ya.